Por Florencia Alba
Unir voluntades para ganar competitividad
Sacudones como el que nos tocó atravesar este año tienen impacto en todos los niveles y dimensiones de la vida. También en el sistema internacional: cambia su configuración, el modo en el cual los actores se vinculan y emergen nuevos jugadores.
Esto me lleva a pensar en América Latina: ¿cómo se encuentra la región frente a la actual pandemia? ¿Cuáles son los efectos de la crisis provocada por el COVID-19 que podemos convertir en oportunidades para el desarrollo regional? ¿Acaso existe esa posibilidad? Mi respuesta es sí. La oportunidad existe y las condiciones están dadas. Solo debemos encontrar la forma de implementar las recetas adecuadas.
El cierre de fronteras como medida generalizada para evitar la propagación del virus puso en jaque algunos aspectos de la globalización tal como la conocíamos: afectó el comercio internacional, la inversión extranjera directa, el desarrollo de nuevos negocios, e impactó en las cadenas de valor. Esta concatenación de hechos puso en evidencia las asimetrías que presenta América Latina, asociadas al bajo grado de integración territorial y productiva.
En esta oportunidad voy a poner el foco en los territorios fronterizos por tres razones: 1) es con mayor interconexión y flujo comercial que salimos de la crisis económica (no con menos); 2) las regiones fronterizas pueden ser la clave para una integración más armónica y equitativa; y 3) se trata de territorios con muchísimas condiciones para potenciar (capital humano, productivo, recursos naturales), desafiantes en cuanto a la gobernanza que requieren.
Entonces, ¿cómo logramos poner en escena a aquellas comunidades que habitan las regiones fronterizas? ¿Cómo logramos que sus poblaciones y empresas reciban servicios de calidad?¿Cómo logramos coordinar políticas de salud, infraestructura, vialidad, educación, seguridad y cuidado del ambiente, entre comunidades que son vecinas, forman parte de un mismo territorio, tienen infinitas interacciones a diario, sus ciudadanos han generado vínculo, y comparten las mismas problemáticas, pero se encuentran atravesadas por un límite internacional?¿Cómo aprovechamos sus potencialidades para convertirlos en territorios competitivos?
Mi respuesta a estas preguntas es: uniendo voluntades para ganar competitividad. De esto se trata la cooperación.
Cuando la cooperación involucra ciudades localizadas en la frontera de dos o más países contiguos, la denominamos “transfronteriza” y es la herramienta más adecuada para empoderar y desarrollar este tipo de territorios –muchas veces desatendidos –, visibilizando sus recursos y mejorando sus condiciones de competitividad.
Esta herramienta, que en los últimos años ha ganado terreno en la agenda pública y los debates académicos, tiene dos particularidades: en primer lugar, involucra comunidades ancladas a un mismo territorio que podrían conformar una región en sí misma, si no fuera porque un límite internacional las atraviesa; y, en segundo lugar, la ideación de soluciones para las problemáticas de este tipo de comunidades tiene como complejidad adicional el hecho de implicar actores de todos los niveles — local, nacional, regional e internacional.
Los incentivos para cooperar son múltiples. Como cualquier tipo de colaboración, la cooperación entre comunidades vecinas surge cuando se identifica un problema y los intereses se ordenan en función de lograr mejores resultados que los que pueden obtenerse con el esfuerzo individual. Este ejercicio permite gestionar los recursos de una manera más eficiente; estimula el diálogo y el intercambio de información (lo que contribuye a la construcción de la confianza mutua); mejora la oferta de servicios públicos y las condiciones de competitividad local.
Como consecuencia, un proyecto innovador correctamente diseñado e implementado puede funcionar como un catalizador de desarrollo, convirtiendo a la región en un verdadero nodo de atracción a la inversión privada y la creación de empleo, generando un círculo virtuoso que, en definitiva, beneficia a ciudadanos y empresas locales. En este sentido, los estadios más avanzados de este tipo de procesos, son aquellos en los cuales los ciudadanos eligen permanecer en sus comunidades de origen, frente a la posibilidad de migrar a otra región en búsqueda de una mejor calidad de vida.
En América Latina, este tipo de estrategias todavía tiene mucho terreno por ganar, pero la buena noticia es que las condiciones están dadas para que eso suceda.
La región tiene aproximadamente 41.000 kilómetros de frontera. Se trata de un territorio vasto, con presencia de barreras naturales y accidentes geográficos y, lo más relevante, aún hoy existen asimetrías estructurales que la convierten en la región más desigual del mundo. Estas características hicieron que la integración de América Latina sea dificultosa. Sin embargo, en las últimas décadas, la región ha atravesado procesos que favorecen el desarrollo de proyectos de la envergadura que la cooperación transfronteriza propone.
Por un lado, Latinoamérica ha experimentado un proceso de descentralización política que ha generado que los gobiernos locales asuman nuevas funciones, las cuales les permiten adoptar un rol activo y protagonista, acorde a este tipo de iniciativas que son bottom-up. En segundo lugar y en términos geopolíticos, América Latina es una región pacífica. Esto facilita la base de confianza y cultura compartida que estos procesos conllevan. Por último, el marco institucional y jurídico necesario para el desarrollo de proyectos de cooperación internacional existe.
Las condiciones realmente están dadas. Tenemos que desafiarnos a mirar la región desde una nueva perspectiva, diferente a la mirada tradicional que pone al Estado en el centro. Esto nos permitirá identificar una nueva configuración de espacios territoriales que tienen recursos para potenciar y poner en valor.
¿Nos animamos a pensar en las ciudades de Encarnación (Paraguay) y Posadas (Argentina) como un polo de turismo de convenciones y puerta de entrada al Mercosur? ¿Qué pasaría si Mendoza articula capital humano, infraestructura y servicios con Santiago de Chile para conformar un polo tecnológico de nivel global? Las combinaciones y posibilidades son infinitas. La situación actual provocada por la pandemia pone en evidencia la necesidad de discutir formas alternativas de vinculación interestatal y la cooperación transfronteriza se presenta como una oportunidad para hacer frente a problemáticas comunes. No solo para mitigar los efectos de la crisis sobre la salud, sino también para desarrollar soluciones conjuntas y alianzas estratégicas de mediano y largo plazo.
En resumen, fomentar la cooperación entre regiones de frontera trae aparejado un impacto positivo en el desarrollo regional, y en el fortalecimiento de las capacidades locales, mejorando la calidad de vida de las poblaciones involucradas. Esto genera, a su vez, un sentido de pertenencia por parte de los ciudadanos y promueve la visibilización de territorios muchas veces relegados.
Unir voluntades, usar herramientas innovadoras y generar los incentivos adecuados puede ser una estrategia para potenciar territorios y explorar nuevas formas de desarrollo para la región.